Suposiciones

 Supongo que llegó un punto en el que estallé y dije “ya vale”. Y que eso me llevó a coger un camino que me está llevando a un sitio más… no sé si puedo decir feliz, pero, por ahora, un poco lo es. Aunque sea por la satisfacción de ciertas vanidades que veía lejanas.

Dado que hace dos años que publiqué mi última entrada hablando de mí mismo, podría haber titulado esta entrada “dos años después”, pero no podría haber evitado la tentación de apostillarlo con “frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo” y, desde ahí, haber trenzado una suerte de alegoría torticera en el que mi antiguo Macondo habría sido barrido por un huracán de olvido, el matriarcado de los primeros Buendía habría sido reemplazado por el matriarcado de una serie de virtudes temporales y espirituales y un Melquiades de conciencia hubiera arrastrado a un José Arcadio Buendía a alquimias más mundanas todavía. Y lo he acabado haciendo, ya me vale.

Me decidí a cambiar. Y eso ya es un cambio.

Hace poco, me vi en la obligación de asistir a una conferencia sobre “felicidad” y, creedme que frente al desfile de clichés del palo “cambio yo, todo cambia”, saqué una gran conclusión, aunque no sé si realmente es buena o tóxica: reclamar mi derecho a ser feliz en mi infelicidad, dicho de otro modo menos absoluto, “si quiero cambiar, cambiaré por mí, no por el todo” y, ojo, no hablo desde el egoísmo, sino desde la autoestima (qué palabra, tan desgastada, por cierto).

Y en ello estamos.

Es lo que tiene ponerse a adelgazar porque se quiere, que la seguridad en uno mismo se dispara, aunque con 35 años ya no es tan fácil despegar los pies de la tierra, ni tan sensato permitírselo.

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