Resaca

Lo curioso de las olas es que llegan y se van, llegan y se van. Hasta cierto punto, esta noche, a pocos días de cumplirse un año de la última entrada, reflexiono sobre cómo la vida se ha ido moviendo muchas veces con la misma cadencia de vaivenes. Es hermoso ver llegar una ola estando en pie en la playa. Uno se pregunta cuando la ve venir si tendrá más fuerza de lo que parece, si salpicará más de lo esperado... Y aun se está en esas cuando la ola llega, moja las puntas de los dedos, penetra entre sus intersticios, se encabrita por el empeine y abraza el tobillo. A veces, especialmente cuando es la primera que recibes estando seco, impresiona por el frío, piel de gallina y todo eso. Se va notando el agua correr hacia atrás, se frena, se para un instante y vuelve, despacio al principio y luego aceleradamente. Y en su camino los pies se hunden en la arena con un cosquilleo fresco. Y cuando la ola se ha marchado, pasando a formar parte nuevamente de la inmensidad, lo único que queda de ella es cuánto pudo hundirnos en la arena. Supongo que la metáfora se entiende, pero para que no haya lugar a malinterpretaciones me refería a las experiencias y a cómo nos impactan y cómo el tiempo que las trajo las devuelve al olvido de donde vinieron, dejándonos una marca más o menos perceptible. Reflexiono sobre la continua sensación de estar parado en pie frente a una charca esperando olas, sintiéndome culpable por no ser capaz de aceptar que tan agua es la del océano como la de una austera charca. Que igualmente se evapora y cuando ocurra no habrá nuevas lluvias. Culpable porque miro a mi alrededor y no tengo derecho alguno a mostrarme disconforme y, aun así, lo hago y me veo desagradecido, y esto hace que me sienta más culpable. Lo único que desearía es aceptar mi charca y dejar de soñar el océano. El otro día escuché una frase en mi revisionado anual de "House of cards". Freddy, el de las costillas, iba a hablar con Frank a la Casa Blanca y llevaba a su nieto, un niño de unos 10 u 11 años. Al salir del Oval, este último decía "Algún día yo seré presidente". Freddy, con su habitual dureza le replicó: "Olvídalo, nunca serás presidente" y terminaba con un "entiendo que es un sueño y lo respeto, pero una cosa son los sueños y otra las fantasías". Tras la crueldad de sus palabras, encontré una lección bastante potente: una cosa son los sueños y otra las fantasías". Y creo que, llegados a este punto, toca desprenderse de fantasías: mi fantasía por intentar que un charco pretenda ser un océano, la fantasía de creer que puedo alcanzar ciertas metas vetadas a quienes son como yo... la fantasía de... no quiero decir esta última, porque duele mucho decirlo, de verdad. Quizá he estado animado a tener fantasías y lo que toca en realidad es aceptar su naturaleza y pedirme perdón por fantasear.

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